Casi dos años que salí de Venezuela

El tiempo realmente pasa rápido. Cuando era niño nunca lo creí. Para entonces los días eran más largos y tranquilos, inclusive aburridos de lo mucho que tardaban en pasar.

Cuando era niño...

Las cosas son diferentes ahora. La burbuja de seguridad que mis padres mantenían con su propio sufrimiento reventó hace unos años. Reventó para todos nosotros. Los jóvenes de esta generación tuvimos que entender más de lo que nos correspondía. Algunos tuvieron que entender el infierno que representa el futuro, tuvieron que entender por qué su padre solo cena café, y algunos desafortunados tuvieron que entender por qué su madre camina por las calles de Bogotá en medio de la noche.

Nacimos para sufrir. Como diría Nietzsche, "nuestro Dios murió y nosotros lo matamos", y lo reemplazamos con la promesa de una revolución imposible. Lo reemplazamos con caos.

Eso era lo único que pensaba cuando estaba pudriéndome parásitamente los meses antes de tomar el avión.

Jamás había estado tan feliz de abandonar de una vez y por todas aquel maldito país. Para mí Venezuela no significaría nada después de ganarme un buen sueldo, y jamás volvería a una tierra infértil como era ese país.

Pero estar afuera te da perspectiva.

Después de trabajar en oficios que nunca creí que haría, vivir en el fondo de la clase económica americana, interactuar con distintas personalidades tanto americanas como latinoamericanas, conecté algunos puntos.

Pregúntale a un cubano, o a un hondureño, pregúntale a un argentino, ¿te gusta tu país? Y más de una vez responderán con un "la tierra es hermosa, pero no me gusta la gente".

La gente de un país... La realidad es que no existe distinción entre la gente y el país en el que viven. Una tierra sin personas no es más que un desierto, una casa desolada no es un hogar, un perro sin alma no está vivo.

No hay distinción. La gente ES el país.

Y todos mis amigos, los profesores panas del bachillerato, los amigos de la universidad, mis abuelos, mis padres, mis hermanos.

No sabía antes lo tanto que me importa Venezuela.

Así que sí, casi dos años. Supongo que en el futuro estaré contando décadas. Han pasado tantas cosas. He tenido que enfrentar la vida de una forma que jamás esperé. En Venezuela tenemos esta cultura de "si no tienes título, no tienes futuro", así que como cualquier otro bachiller seguí las órdenes de mi madre, y a estudiar ingeniería.

Nunca pensé que saldría al mundo sin una educación universitaria. Pero así fue como ocurrió, y ahora no puedo imaginarme una historia alterna.

Las personas que me ven siempre creen que estoy en la mitad de mis veinte. Se impresionaron cuando respondí que tenía diecinueve, se impresionaron cuando respondí que tenía veinte, y se impresionan cuando respondo que tengo veintiuno.

Tienen razón. Mi rostro es jóven, pero algunas arrugas prematuras se formaron debajo de mis ojos, otras lineas marcan la región de la boca del lado derecho, el que más uso para sonreír.

Mi hermano tiene, mis padres tienen.

Es lo que ocurre cuando la vida te golpea tantas veces: cuando eres timado por cien dólares, o cuando te roban dos veces consecutivas, o cuando te quedas sin trabajo... Cuando la vida te golpea tantas veces te ves más viejo de lo que pareces.

Mañana tengo trabajo. Debería ir a dormir.


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